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Esa mañana me sentía con dolor de cabeza, malestar en la garganta y “quiebrahuesos”, como dicen las mamás. Al cabo de unas horas me enteré que, mi jefe y 3 de mis compañeras directas eran positivas a Covid-19, por lo que empecé el proceso para realizarme la prueba; uno de los más tortuosos que haya vivido.

Lo primero fue escribir a una línea Whatsapp de la EPS donde muy amablemente me respondieron, y yo, con lo conversador que soy, les eché todo el cuento por chat. Pasaron unos pocos minutos para que alguien, al otro lado del ícono verde primaveral, me respondiera: “Por favor diga su nombre y número de cédula”. Un tanto intrigado volví a poner mis datos y les volví a narrar la historia.

Sin embargo, pasaron otros cuantos minutos esperando, y nuevamente ese alguien detrás del ícono me dijo: “describa si tiene síntomas”. Sólo hasta ahí comprendí que estaba hablando con un robot y no con un humano (Jejejeje, sí, yo también me reí).

Llené el cuestionario, que más bien parecía un juicio, y finalmente una señorita (eso creo) de nombre Andrea me preguntó en qué podía servirme, por lo cual debí, otra vez, volver a narrar mi caso.

Andrea me dijo que debía esperar un par de horas para que algún médico me llamara a hacerme una consulta telefónica, y que mientras tanto me aislara. Me fui a mi casa con esa “maluquera tan brava” a esperar la tan anhelada llamada.

Eran pasadas la 1:00pm, y justo cuando veía en un noticiero nacional el aumento de los casos de contagio y fallecidos por Covid, sonó mi celular. Al responder, al otro lado de la línea me saludó una médica de nombre Liliana (Espero que esta sí fuera humana y no un robot).

¿Qué te pasa Óscar, cuál es tu caso? Me preguntó. Fue imposible no pensar en la canción del Niagara en Bicicleta donde le preguntan al paciente: ¿Qué te pasa chico? Y al final le dicen: ¡Tranquilo Bobby, tranquilo!

Obviamente a Liliana también debí volverle a echar el mismo cuento que ya había contado, al menos 3 veces, durante el mismo día. Finalmente, me dieron la orden para ir hasta mi IPS a tomarme la prueba y mientras tanto me dijeron que siguiera aislado (Aunque si debía salir a la calle a hacerme la prueba ya habría roto mi aislamiento).

El copito malvado

Presuroso, por cada vez estar más nervioso de lo que sería el resultado de la prueba, llegué al lugar indicado. Me estacioné y con esa “maluquera” subí 5 pisos caminando dizque porque en el ascensor sólo se podían dos personas y ya estaba el cupo completo. Justo cuando iba a entrar a la sala de espera, un “amable” vigilante me dijo: “No es aquí, es en el primer piso”.

Como mi Dios me ayudó volví a bajar los 5 pisos, porque otra vez el ascensor estaba con cupo completo. Por fin llegué al lugar correcto y fui feliz porque no había fila, pero ¿adivinen qué? No había sistema. En ese momento otro “amable” vigilante me dice que debo ir a imprimir la orden que me habían enviado al correo. ¡La papelería más cercana era a 5 cuadras y el sol estaba más caliente que ciertos personajes por estos días!

Desalentado y tembloroso logré imprimir la orden y regresar al sitio. Al llegar no sólo noté que ya había fila (al menos 10 personas delante de mí) sino que el “condenado” sistema ya había regresado; o sea, perdí la caminada y los $3.500 de la impresión.

Ya eran casi las 3:00pm, y mientras hacía fila pensaba en las veces que no fui tan responsable con las medidas de autocuidado y juré que por ese mal comportamiento quizás estaba contagiado y hasta ya habría contagiado a mis seres queridos.

Al fin me tocó el turno. Me hicieron el registro, me pusieron a llenar un consentimiento (con un lapicero que todos, antes de mí también habían usado) donde me hacía responsable de mi suerte, y me pasaron a una salita en la que al menos 20 personas más, seguramente con historias muy similares a la mía, aguardaban sentadas en sillas plásticas.

A mi lado una señora “moquiaba”, al frente un muchacho “tocía”, y detrás un par de amigos conversaban de sus osadías aventureras… ¡Que espera tan larga! Nadie miraba a nadie, pero de cierta forma todos nos mirábamos como armas letales para el otro… ¡Algo verdaderamente triste!

El señor Óscar Morales favor pasar al consultorio 5”: gritaron desde el fondo de un pasillo. Apresurado y con la esperanza de salir pronto de ese suplicio llegué al lugar y me recibió un señor forrado en varios elementos de plástico y con una careta parecida a las usadas en la película del “destripador”.

“Respire profundo y no mueva la cabeza” me dijo el hombre de blanco. En ese momento le vi en la mano un malvado copito del tamaño de un pitillo; lo introdujo tan profundamente en mi nariz que sentí que se me enfrió el cerebro, que la garganta se me colapsaba y que los lagrimales se me desprendían. Pensé: ¡Que Dios me ampare, si esto es así, cómo irá a ser la de la próstata!, cuando me toque, eso sí.

NOTA:

*La prueba me salió negativa y hasta ahí me llegó la “maluquera”

*Mi admiración y respeto para todo el personal de la salud que le ha hecho frente de manera heroica a esta pandemia

*Mis oraciones y buena vibra para todos quienes han resultado positivos y luchan día a día por vencer esta enfermedad.

 

Por: Óscar Morales Orozco

Twitter: @moraperiodista