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El asesinato de mi hermano a manos de la guerrilla de alias “Karina” en 1.995 en Nariño (frente a mí y toda mi familia); las tomas guerrilleras a mi pueblo en el 96 y el 99, respectivamente; y el lanzamiento del Movimiento Bolivariano por parte de las Farc en pleno parque del pueblo el domingo 20 de agosto del año 2.000, fueron los detonantes que me llevaron a que ese día decidiera ser periodista.

Era un domingo de marzo de 1.995, yo era un pelado de 14 años que ayudaba como monaguillo en la Parroquia de Nariño; ese día había acolitado la misa de las 10:00am y debía volver a la de las 5:00pm. Tenía un poco de sueño porque la noche anterior, mi hermano Giovany Andrés de 17 años, me había pedido que me quedara con él cantando hasta tarde en su habitación canciones de cantina, de las que a él le gustaban. Recuerdo que entonamos varias veces Con la Tierra Encima, esa del Charrito Negro que dice: “Cuando yo me muera no quiero que lloren…”

Después de salir de la misa, me fui a mi casa en el sector El Cárcamo. Mi mamá y mi hermano estaban extraños y se hablaban entre ellos, pero no sabía por qué. A eso de las 3:00pm dos tipos raros llamaron a mi hermano a la puerta, y aunque mamá llorando le suplicaba que no saliera, él lo hizo, queriendo enfrentar su destino.

Mi hermano y los dos tipos raros caminaron unos pocos metros hasta una zona donde hay unas escalas y un bosquesito conocido como la entrada del asilo. Desde mi casa, por la ventanita de la cocina, mi mamá, mi papá, mi hermanito Juan de 5 años y yo, simplemente los observábamos conversar; hasta ahí no sabía lo que iba a pasar.

No habían transcurrido 10 minutos cuando sonaron los primeros disparos, por lo que mi mamá salió despavorida hasta la puerta principal, y justo en ese momento pasó mi hermano chorreando sangre por la cara; ya lo habían impactado con varios disparos, nos miró y siguió corriendo. Ahí empezó una de las escenas más horrorosas de mi vida: Mi hermano huyéndole a dos guerrilleros que le disparaban; mi mamá detrás de los guerrilleros a los gritos suplicando que no le mataran a su hijo; yo corriendo detrás de mi mamá para que no me le fueran a hacer nada; mi papá corriendo detrás de mí para que no me hicieran nada; y mi hermanito Juan, con tan solo 5 años, observando por una ventana, simplemente en shock.

Giovany corrió, corrió mucho; cuando yo no tuvo más fuerzas se les arrodilló a sus verdugos y les suplicó que no lo mataran (con el último tiro le atravesaron las manos justo en el momento que las había juntado en señal de súplica). Los guerrilleros se fueron; entre mamá, papá y yo recogimos a mi hermano del piso; moribundo y ensangrentado lo llevamos cargado por toda la carretera hasta el hospital del pueblo; mamá gritaba y pedía auxilio, la gente estaba pasmada; solo al final un señor que iba con una carreta de madera, de esas en las que carga mercados, y quien justamente meses después también fue asesinado por guerrilleros, nos ayudó a terminarlo de llevar hasta el hospital.

Para ese momento ya eran las 5:00pm; ese día me había puesto la pintica dominguera que llaman en los pueblos, o sea, pantalón de prenses, zapatillas y camisa manga larga, pero con tremenda escena se me había ensangrentado por todos lados; aún así, mamá me dijo entre lágrimas: “mijo, vaya a la iglesia traiga un padre para que le aplique los santos óleos a mi niño”. Yo salí corriendo, llegué a la iglesia y entré como un loco; ya estaban en la misa de 5:00p.m (la misma que yo debía acolitar pero que con semejante tarde se me había olvidado). Los feligreses me miraban con horror, Aníbal el sacristán me llevó hasta uno de los confesionarios donde estaba el padre Aldemar (él era uno de lo más parceritos); al contarle la situación salió corriendo conmigo hacia el hospital, ungió a mi hermano, le dio la bendición y le dijo que se fuera en paz. Mi hermano murió a las 7:00p.m; los guerrilleros le habían propinado 17 tiros, casualmente los mismos años que él tenía.

Las tomas del 96 y el 99.

No habíamos salido del golpe del asesinato de mi hermano, cuando una noche de mayo de 1.996 sonaban disparos y detonaciones en el parque. Ese día yo estaba cansado porque había estado con unos amigos en Los Termales y la escalera se había demorado en subir al pueblo. Aun así, el miedo y la incertidumbre vencieron el cansancio, al no saber lo que estaba pasando en el parque. Al clarear el día supimos que el frente 47 de las Farc, al mando de alias Karina, se había tomado a sangre y fuego mi pueblo, habían destruido el comando, el Palacio Municipal, las oficinas de Telecom, las de EDA y las de la Caja Agraria; por fortuna no hubo muertos.

Sin embargo, ese fue el comienzo de lo que serían varios años en los que la violencia de las Farc no sumergiría, pues en julio de 1999 vino la que sería no solo la toma guerrillera más violenta que hayamos vivido, sino la que partió la historia de los nariñenses en dos.

Era viernes, recién había llegado del colegio y cuando me disponía a comerme el algo, me dijo mi papá: acaba de pasar una ambulancia llena de soldados. La escena se nos hizo extraña y por eso nos pusimos a observar por el balcón, cuando de repente escuchamos una detonación en el parque y vimos salir una humareda del comando; de las dos ambulancias del pueblo (que estaban estacionadas en los ingresos al parque) empezaron a descender guerrilleros y comenzaron así 3 días continuos de toma armada que al final dejó a Nariño con el 80% de su infraestructura destruida; 18 muertos entre policías y civiles (varios de ellos niños) y al menos 10 policías secuestrados.

Karina y sus guerrilleros

Después de esto, el Gobierno de Andrés Pastrana decidió despejar de fuerza pública varias zonas del país, previo a lo que serían los diálogos de paz en el Caguán. Una de esas zonas fue Nariño y Argelia, además de varios corregimientos de Caldas, por lo que a finales del año 99 vimos desfilar por las calles del pueblo, como pedro por su casa, a Karina con decenas de guerrilleros uniformados y armados.

Desde entonces los nariñenses, todo un pueblo, estuvimos secuestrados y confinados por las Farc, durante casi un año; nadie entraba o salía del pueblo sin que la guerrilla lo aprobara; las marcas comerciales que surtían los negocios no volvieron porque cada que iban las Farc se les quedaba con el surtido, los carros y el dinero, e incluso, varias veces secuestraban a los trabajadores. Fueron muchos los asesinatos que debimos presenciar a plena luz del día y muchas las cargas de café, panela y plátano que nos devolvían de las carreteras, por lo que lo nariñenses nos vimos obligados casi que a comer lo mismo que producíamos, porque nadie quería comprarle a un pueblo surcado por las Farc.

El Movimiento Bolivariano

Los Nariñenses estábamos tan resignados a nuestra propia suerte, que incluso una vez hicimos en el coliseo una asamblea ciudadana y le pedimos a los guerrilleros que llegáramos a un acuerdo de convivencia, porque no queríamos ver más muertes delante de todos, ni más vacunas a los negocios, y mucho menos que a los pelados nos estuvieran amedrantando para que nos fuéramos para sus filas. Incluso recuerdo el día que a los pelados del grado 11, entre ellos a mí, nos bajaron del bus porque sabían que íbamos a Medellín a legalizar nuestra situación militar para podernos graduar. También hubo una vez que la guerrilla secuestró al conductor de una escalera, sin importar que en su interior llevaba más de 50 niños de la Monain (Movimiento Navideño Infantil); ahí iba mi hermanito Juan.

A pesar de todo esto, los nariñenses intentábamos hacer una vida “normal”, pero ese domingo 20 de agosto del año 2.000 también marcó mi vida y mi destino. En el parque del pueblo Karina formó a un centenar de guerrilleros, montó tarima con grupo musical de ellos mismos, hicieron cerrar todos los negocios (entre ellos el Bar Ganadero donde yo trabajaba como mesero) y nos obligaron a ir como espectadores del lanzamiento del Movimiento Bolivariano, con el que las Farc pretendían hacer política (quién se iba a imaginar que varios años después al final lo harían).

Mientras en tarima Karina hablaba micrófono en mano y fusil al hombro, al frente los guerrilleros bebían y tomaban trago. Al pueblo espectador nos repartieron cerveza clausen (eran de lata amarilla con azul) pero yo no recibí porque estaba al clima y nunca me ha gustado la cerveza al clima, además, porque sabía que se la habían robado a un camión de Bavaria por esos días.

Estando allí, vi cámaras, micrófonos, grabadoras y libretas. Hasta entonces no sabía bien qué era eso de ser periodista, a pesar de que ya había trabajado como locutor de la emisora del pueblo. En la noche pasó lo que definió mi futuro profesional: En la mayoría de los noticieros dijeron que “era notorio el apoyo del pueblo nariñense al lanzamiento del entonces movimiento político de la guerrilla”, por lo que expresé: “no somos apoyo, somos víctimas y fuimos obligados a estar allí”.

Desde entonces me puse la misión de ser periodista no sólo para contarle a la opinión pública las verdades de lo que ocurrió en Nariño, sino en las diferentes zonas del país a donde esta hermosa y bendecida profesión, que ejerzo desde el 2005, me han permitido llegar (Aquí les dejo uno de los reportajes hechos para Teleantioquia en el 2009).

Y vean lo que son las paradojas de la vida. En el 2008 entrevisté a Karina en la Cuarta Brigada, justo después de su desmovilización, y al preguntarle por cada uno de los hechos aquí relatados, y otros que no conté, me dijo: “Yo no soy tan mala como dicen y no tengo mis manos untadas de sangre con esos crímenes”.

17 años después de haberme hecho periodista, sólo me queda gratitud por la profesión que me ha permitido contar verdades y narrar realidades, aunque irónicamente, aquí sí que me han pasado cosas (una retención de las AUC en La Unión, un secuestro de las Farc en Ituango, varias amenazadas de combos en Medellín y otras tantas cosas que algún día también contaré).

Hace poco me preguntaron:

¿Y qué le pides a Karina y a las Farc? Respondí: “Que sean justos, le den la cara al país, asuman y respondan”.

Por: Óscar Morales Orozco @periodistamora

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